LA HISTORIA DEL ABUELO

enero 3, 2015

El abuelo le cuenta a sus nietos historias que para ellos son simplemente invenciones de un viejo. Les habla de su lejana aldea, de su familia olvidada, de los prados y las flores y de la miseria que le hizo emprender el gran viaje.

Ellos, sin mirarle siquiera van a lo suyo, mientras uno escucha música con los cascos puestos, otro juega a la consola portátil y el tercero manda mensajes por el móvil.

El viejo sigue relatando su propia historia, se le llena el corazón de sentimientos, el alma de recuerdos y los ojos de lágrimas. A los nietos que ni se percatan ni les importa lo que al abuelo le está sucediendo escuchan un murmullo sin entender palabra.

Lentamente uno de ellos se levanta y como quien no quiere la cosa se marcha. Un poco después el segundo maldice su suerte en el juego mientras que el tercero se pone a hablar por teléfono con algún amiguete de cosas superficiales y vanas.

Por la boca del viejo salen nombres, aventuras, lugares en donde trabajó, recuerdos acumulados por los años que se amontonan en un rincón de su cabeza. A estas alturas ya no habla para que le escuche nadie, habla para sus adentros, para los pocos días que le quedan de vida, para los que se fueron quedando en el camino….

Llevaba ya un buen rato solo cuando su hijo se le acercó, acariciándole la cabeza y mirando sus ojos húmedos se dio cuenta de por lo que aquel hombre estaba pasando, se sentó al lado, posó su brazo sobre el hombro del padre y con todo el cariño del mundo con una voz suave y queda le dijo:

Siga contando papá, que la historia está muy interesante”.

Cuando acabó el relato, el viejo levantó la vista y vio como su hijo lloraba.

ROBERTO GONZALEZ  (2015)

Gaiteiros 2


EL VIEJO Y YO ( cuento )

julio 15, 2010

Bajo el viejo roble, sentado en uno de los bancos de piedra en la pequeña placeta, detrás de la capilla, con su bastón entre las manos y sin mirar a ninguna parte ni esperar nada en concreto ya en la vida, está dejando pasar el tiempo un hombre viejo y curtido por los años.
Deja vagar su mente por un sinfín de recuerdos de toda una vida de labrador y emigrante, de los que ya no será capaz de desprenderse en los pocos años que le quedan.
Yo le miro desde mi ventana y pienso en lo que él estará pensando, como si fuese posible meterme dentro de su mente, y como es de esperar no llego a ninguna conclusión que me convenza.
De repente lleva su mano a la cabeza, levanta la vieja boina y se rasca, a continuación se la vuelve a colocar cuidadosamente para dejarla en el lugar perfecto. Comienza a jugar con el bastón dibujando o escribiendo en el suelo de tierra unos garabatos que solamente él entiende.
Le observo detenidamente y me pregunto cuantos años podrá tener y cuantos aún le quedarán por vivir.
Entonces se levanta lentamente, con gesto cansino, me mira y me saluda, no soy capáz de reaccionar y antes de poder devolverle el saludo se da vuelta y comienza lentamente a andar, sin prisa alguna, se encamina hacia la vieja callejuela que lleva al outeiro.
Solo ahora con mis propios pensamientos, olvido al viejo que se fué y pienso en mí y en todas mis cosas, en lo solo que estoy y en los hijos que ya no están….me rasco la cabeza y acomodo en ella mi vieja boina gris, cojo el bastón que yo mismo hice el pasado invierno y bajo lentamente las escaleras de piedra, salgo a la calle, sin saber bien porqué, me dirijo hacia la plazoleta y me siento bajo el roble, en el frío banco de piedra.
Despues de un buen rato pensando en las cosas de mi vida pasada, me pongo a jugar con el bastón y escribo sobre la tierra el nombre de la que fue mi compañera toda una vida, unas lágrimas humedecen mis hojos…. levanto la mirada y entonces puedo verle tras los cristales de su ventana, le saludo, me pongo en pié lentamente y emprendo el camino viejo que me llevará al outeiro

Roberto González

(Odilo y su licor café casero, todo un placer para los sentidos )

Licor café casero, un placer para los sentidos.


LA ESPINA (cuento)

diciembre 17, 2009

La recuerdo con su carita de niña triste, era tan hermosa, tan suave, tan blanca y tan mía que sentí miedo de estropearla con mis manos de oso y miedo tambien de herirla con mis palabras sonoras de vendedor ambulante y con esta mirada de deseo escondido, con los pensamientos impuros y con mi natural brutalidad.
Y quizás fué por eso mismo que la perdí, por no ser ante ella tal como soy, por aparentar ser otro, disfrazado de niño bien, cual lobo con piel de cordero, pero que solamente sabe aullar.
Gracias a mi comportamiento todo fué muy corto y fugáz, y apenas logro recordar el sabor de su boca y se me hace cuesta arriba imaginarla treinta y tantos años despues….¿ será felíz ?….¿ tendrá hijos ?…. ¿ se acordará de mí ?….¿ donde estará ahora ?. Cuantas incógnitas acuden a mi mente que nunca tendrán respuesta, para así dejarme el alma y la conciencia tranquilas.
Que felíz fuí aquellos pocos días que pasamos juntos, nunca me atreví a decírselo y despues de la despedida solamente nos vimos un par de veces y me fué imposible el mirarle a los ojos, el reclamar su atención y no tuve el valor de decirle lo mucho que la quería. Tampoco fuí capáz de esperarla en algún lugar y hablar con ella, sincerarme, hablar desde el fondo del corazón y…. llorar de amor si hiciese falta. Pedirle perdón y decirle que sin ella yo no era nadie, si a caso un ciego sin su bastón, un loco en campo abierto, una noche oscura y sin estrellas.
Y es cuando uno se empieza a sentir viejo y recapacita de todo lo vivido que se arrepiente de no haber hecho las cosas como era debido, de no haber hablado a tiempo tantas veces en la vida, de no haber sido capáz de expresar los sentimientos, bien por vergüenza, bien por despecho.
Hoy no estoy desconforme de como me fue en la vida, tengo mujer e hijos que me lo dan todo, tengo un bienestar económico y una inmensa pasión que es la aldea en que nací, y sobre todas las cosas me siento felíz de tener amigos en uno y notro lado del gran océano, producto de mis largos años de emigración. He vivido siempre con la frente alta y tratando de seguir adelante pese a todos los ostáculos…. pero tambien tengo una espina clavada en el corazón y no puedo arrancarla pese a los años que ha pasado, espina sangrante y dolorosa de haberla dejado ir sin ser capáz decirle todo lo que mi corazón sentía por ella…. pero me temo que esa espina seguirá clavada hasta el mismo día en que me muera…. ese día quizás logre olvidarla por fin y para siempre.

Rincón de la Plaza Mayor de Ourense


LA VENTANA (cuento)

octubre 14, 2009

Está solo, el día se le hace largo, interminable, da unos pasos y abre la ventana, mira a uno y otro lado, todo es cemento y hierro,todo es gris y triste a la vez, no hay aromas y los únicos colores son los de la ropa tendida en las azoteas vecinas, ropa reseca por el sol intenso y tenaz de un verano que no da tregua.
Un viejo gato gris está tendido en un rincón sombrío de la azotea vecina, levanta su cabeza y le mira, maulla y sigue durmienso su siesta estival. El intenso calor le está haciendo sudar, se seca la frente y procede a entornar la puerta para que el aire corra, todo es inútil, la calor sigue reinando dentro del viejo altillo montevideano hecho de bloques y cubierto de chapas acanaladas de cinc.
Se deja caer sobre la cama, escucha su crujido, mira el techo y encuentra en el cielorraso la gran mancha amarillenta de humedad, que a veces se transforma en una cosa u otra, según el estado de ánimo que le invada. Cierra los ojos y de a poco sus sentidos y su alma se van trasladando al lugar en que nació, a la vieja casa familiar hecha en piedra rosada, primero la ve difusa pero lentamente se hace real, entra a la cuadra y en el pajar, todo está como siempre, como a padre le gusta que esté, cada cosa en su sitio. Luego sube y recorre poco a poco cada una de las habitaciones, «no hay nadie», piensa, y entonces ve en el comedor la vieja mecedora de la abuela, le es imposible el no sentarse, en ella se mece durante unos instantes, pone su mirada en una de las ventanas, se levanta y la abre. Un olor a hierva recien cortada y a flores hacen que su corazón palpite, todo es verde, fresco y luminoso alrededor, sus manos tiemblan de emoción, se siente feliz.
Cierra la ventana y se vuelve a sentar en la mecedora, una grata tranquilidad le invade, mira alrededor y contempla cada detalle del comedor, la mesa de madera de castaño ya negra por el paso de tantos años, las sillas de siempre, el chinero con los platos para usar en las fiestas y grandes acontecimientos y los cuadros con las fotos amarillentas de familiares casi olvidados. Entonces es cuando cierra los ojos y disfruta del momento.
Un ruido casi inaudible le hace mirar a hacia la ventana, allí ve al viejo gato de la casa, le mira, seguramente le reconoce, entonces el animal se acuesta en el pretil y comienza a maullar, una vez y otra y mil veces más hasta que llega a molestarle y a sacarle de su mundo de recuerdos…..abre los ojos… mira hacia la ventana y ve allí recostado mirándole atentamente al gato gris de su vecino, entonces recuesta la cabeza sobre la almoada y vuelve a mirar al techo, la mancha aún conserva su lugar, se levanta y va hacia la ventana pero el gato ya no está, asoma la cabeza fuera pero parece que se hubiera esfumado….en la habitación ya

Goto en ventana

Goto en ventana

solamente quedan él, su soledad y la morriña.


EL PERRO DEL AFILADOR ( cuento )

junio 17, 2009

Como siempre que entraba a una aldea perdida en la inmensidad de Castilla, detrás de su vieja rueda de afilar y al mismo tiempo que hacía sonar su suave música, una infinidad de peros acudían a su encuentro tratando de asustarle y de hacerle retroceder con sus ladrídos. Hombre curtido en su oficio sabía que era imprescindible llevar siempre en los bolsillos unas cuantas piedras para asustar a los canes más valientes del poblado. Despues de acertar con una de ellas  a uno de los perros los otros retrocedían gruñendo y mirándole con desconfianza y temor a la vez.

Durante toda la mañana anduvo de casa en casa haciendo su trabajo, afilar y arreglar algún que otro paragüas, y solamente a la hora del mediodía cuando el sol era de justicia y nadie se atrevía a salir de su casa, fué que se paró debajo del único pino que había en la aldea, al lado de una vieja fuente de piedra, allí sacó de su alforja un trozo de queso y un buen mendrúgo de pan. Con la navaja comenzó a atrocear la comida y  a saciar el apetito lentamente, de vez en cuando se arrimaba a la fuente a tomar un trago de agua fresca, y despues de haber comido a bebido se puso a dormitar a la sonbra y al lado de su «tarazana».

Entrada ya la tarde y al paso de los primero paisanos rumbo a sus faemas de campo el afilador despertó de su letargo dispuesto a continuar trabajando hasta bien llegada la noche. Fue precisamente en ese instante que se fijó en un viejo y desnutrido perro que parecía constar solamente de piel y huesos. Con el rabo entre las patas le miraba y parecía decirle con sus ojos tristes y amarillentos que él tambien era otro forastero en ese apartado lugar.

A buena distancia pero sin perderle ni un instante de vista le fué siguiendo por las callejuelas del poblado, esquivando a otros perros que le enseñaban los dientes y trataban de morderle una y otra vez. Fue precisamente una piedra del afilador la que le sacó de encima a un  perro pastor que se había ensañado con su perseguidor. Desde entonces el perro se le fue acercando cada vez un poco más y cuando la noche lo oscureció todo ya estaba de pié al otro lado de la rueda de afilar.

Por la noche durmieron juntos en un pajar, compartieron tocino y pan y por primera vez ninguno de los dos se sintió solo en mucho tiempo.

A la mañana siguiente dejaron el pueblo por un camino polvorienso y seco, bebieron del agua de los arroyos y comieron de lo que la gente les daba como limosna o a cambio de algún trabajo extra. El afilador le llamaba por el nombre de «cadelo» y el perro parecía agradecerle con la mirada cada vez que su compañero le llamaba. Juntos hicieron camino, atravesaron prados y montañas y a cada llegada a un nuevo pueblo «cadelo» esperaba a su compañero de viaje a las afueras por  miedo a  que los otros perros del lugar se lehecharan encima.

Los zapatos gastados del afilador al igual que las patas del perro eran mudo testigo de los kilómetros que juntos habían hecho, siempre se respetaron mutuamente y el tiempo hizo de ellos dos muy buenos amigos.

Un buen día llegó el afilador a un pueblo con estación de tren, trabajó en el durante varias jornada  y junto al perro recorrió los distintos barrios hasta que finalmente se acabó el trabajo.Pensó el afilador que ya era hora de regresar a casa y  fué en vusca de un lugar seguro en donde dejar la rueda guardada para cuando regresara de su pueblo natal pues de algunos meses.

A continuación se dirigió a la estación y sacó  billete para el primer tren a Ourense, comió en una vieja fonda y guardó las sobras para su inseparable compañero, juntos estuvieron hasta la hora de la partida, el perro bien pegado a su amigo presentía que pronto estaría solo otra vez. Cuando el pitido del tren se hizo sentir, los dos corazones sintieron a la vez que algo les oprimía y les hacía dificultoso el latir.

La última vez que se viron fué cuando ya el tren iva en marcha rumbo a Galicia, a través de la ventanilla , el afilador, pudo apreciar la delgada figura de un viejo perro y unos ojos amarillentos que parecían decirle adios para siempre.Afilador--sXIX--Malaga_8329