NI UN PELO DE TONTO

Como emigrante, desde su llegada no hizo otra cosa que trabajar, despues de pagar todas las deudas que dejó en el pueblo se dedicó a mandar unos dineritos a sus padres y a forjar una nueva vida en aquel país que le estaba dando la oportunidad de conseguir lo que el suyo no le permitió.
Viviendo en pensiones de mala muerte y haciendo trabajos a todas horas y en cualquier lugar, llegó a tener unos ahorros y así se compró una parte de omnibus para tener un lugar seguro y fijo donde trabajar.
Hacía todas la horas extras que podía y despues de haber acabado de pagar la parte decidió que debía encontrar una mujer con quien compartir sus pocas horas libres.
Después de algún tiempo la conoció, era una paisana gallega, emigrante y sola como él, a pesar de no ser hermosa era lo suficiente mujer como para llevar adelante una casa. Antes de casarse se compraron un terrenito en las afueras de la ciudad y comenzaron a construir lo que sería su casa. Aún sin estar acabada del todo se mudaron para ella y así comenzó su vida en común.
Se casaron como Dios manda por la iglesia y con testigos, a la boda solamente asistieron unos cuantos conocidos del trabajo y dos o tres paisanos de su pueblo.
Los años fueron pasanso y la casa se terminó de construir a gusto de ella, con un jardín en el fente y un patio trasero donde plantaban unas cuantas lechuga y tomates para esas ensaladas veraniegas que tanto les gustaban.
Fué un día de otoño cuando un paisano le subió al omnibus y así como quien no quiere la cosa llegó hasta la terminal de la linea. Allí y a solas los dos le comentó que tenía que decirle una cosa muy importante y que por favor no se lo fuera a tomar a mal.
Juan se dispuso a escucharle y el amigo le comentó que «vijilara a su mujer que le estaba metiendo los cuernos», la sorpresa fué tan grande que no supo que contestar, simplemente le dió las gracias y se despidió de él.
A partir de ese momento comenzó la vijilancia, muchos días le decía que tenía horas extras y lo que hacía era esconderse cerca de la casa para controlar los movimientos de su mujer.
Un día llegó a la puerta de la casa un coche y se estacionó, lo conducía un hombre más o menos de su edad de pelo canoso y espeso bigote. Al poco rato salió ella y se subió. El coche emprendió la marcha y desapareció en una esquina lejana.
Cuando llegó por la noche a casa ella estaba durmiendo, la comida estaba sobre la mesa, cuando se metió en cama ella le preguntó con voz de dormida como le había ido el día, él le contestó con un seco ¡ bien !.
La vijilancia continuó, una vez les siguió hasta una casa de citas, se bajó del taxi y allí estuvo hata que ellos salieron, la evidencia era incontestable, su paisano tenía razón…. era un cornudo.
Comenzó a asesorarse en un sitio y otro para saber como tenía que actuar en ese caso, alguien le dijo que las leyes del país contemplaban que el engaño comprovado por testigos era motivo de separación casi instantanea y además el que era engañado se quedaba con todo.
Pensó y repensó como hacerlo y definitivamente encontró la solución.
Les siguió hasta la casa de citas, luego se fué hasta la comisaría mas cercana y habló con el comisario explicando la situación y pidiendo que una patrulla le acompañara hasta donde ellos se encontraban en esos momentos. El comisario accedió a la petición y allá se fué el en el coche de la pocicía.
Llegados al lugar los agentes pidieron al recepcionista que les diera el número de habitación en donde se encontraba el dueño del coche en cuestión y este les dió el número sin rechistar.
Fué Juan con su propia mano quien llamó a la puerta, al rato salió el hombre, quien con cara de sorpresa miró a los dos agentes.
» ¡ Haga el favor de decirle a la señora que salga por favor ! «, dijo uno de los policías, al poco rato ella se presentó en la puerta envuelta en una sábana blanca. La sorpresa fué grandiosa al ver a su marido en la puerta, » ¿ Es esta su mujer ? » le preguntó el agente a lo que conestó con un fuerte ¡ SI SEÑOR !, entonces ellos procedieron a la identificación, que confirmó las palabras dichas unos instantes antes.
» Ya pueden ustedes seguir con lo suyo » comentó uno de los policías con una sonrisa en los labios y los tres salieron rumbo a la comisaría a hacer el papeleo necesario para comenzar la separación.
Juan se quedó con todo, ella e marchó quien sabe a donde con lo puesto y nunca nadie de los compañeros y vecinos fueron capaces de mencionarle el sunto, porque como se decía por lo » bajini » en el barrio: » Este gallego no tiene un pelo de tonto «.

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